Curiosa conversación de hangar entre un velero y una avioneta.
Del extraño suceso que ahora vamos a hacer público fuimos enterados utilizando un medio “nunca honroso”, ya que fue “escuchado en la sombra”. Pero, para eximente mía, ese “nunca” tuvo excepción, pues si así nos comportamos fue debido a dos causas que justificaron muy de sobra el acto, como se podrá comprobar.
La afición al vuelo nació de mí mucho tiempo antes de que pudiera ver cumplidos mis sueños. Como consecuencia, tuve “unas relaciones larguísimas” dedicadas al amor contemplativo de los aviones, hasta que Dios dispuso de un “Avro” con motor rotativo, salpicando aceite de ricino -para mí, flores de azahar- nos acompañara al altar del aire para unirnos en “matrimonio indisoluble con mi amada AVIACION”.
Aún ahora, después de haber celebrado hace ya tiempo mis bodas de plata con “mi bella amada”, continúo con ese amor contemplativo y experimento un verdadero placer estudiando y conociendo los aviones donde vuelo. No me conformo con conocer únicamente sus características y comportamiento en el aire; también me interesan su concepción y construcción: desde los perfiles de sus alas hasta sus más íntimas piezas.
Siguiendo esta forma de ser, una buena tarde, después de presenciar cómo el mecánico hacía la revisión periódica, me quedé solo con MI VELERO para agradecerle los esfuerzos que había soportado bajo mi mando en aquel cúmulo-nimbo, donde, aún sin alas, se hubiera podido volar, y en el que aprovechando sus potentes corrientes ascendentes conseguí hacerlo por encima de los 4.500 metros. Cerré la cabina y me disponía a salir del hangar, cuando…
De pronto oí una voz. ¡Qué extraño, yo estaba solo y la voz no era humana!, pero no se asusten, tampoco sepulcral. Permanecí quieto; luego, lentamente, fui a ampararme a la sombra del armario del paracaídas. Allí me dispuse a escuchar. Tanta impresión y tal asombro causó en mi aquella conversación, que hoy, la puedo reproducir.
La conversación había partido de una avioneta que, en tránsito, pasaba aquella noche en la Escuela. La otra era MI VELERO, del que acababa de despedirme.
* * *
AVIONETA: Qué raro; si estos que a mi lado están son aviones, no lo comprendo. No tienen hélice ni salida de “chorro”. Son vagos, descansan sobre el fuselaje, sin ruedas, y, para colmo, se apoyan en el extremo de un ala. De todas formas, no tengo más remedio que reconocer que despiertan envidia. ¡Que líneas aerodinámicas más estilizadas tienen!
En fin, puede ser que la falta de luz y el cansancio del viaje me hagan ver “cosas raras”; me dormiré y esto pasará.
VELERO: Perdona, no te he contestado antes porque estaba preocupado pensando en mi comportamiento durante el vuelo que realicé esta tarde. Lo dejaré para luego y saciaré tu curiosidad, pues, por lo que he oído no nos conoces.
AVIONETA: Pero, ¡como! ¿Tú también hablas?
VELERO: Naturalmente. ¿Qué creías? Yo también tengo alma de máquina voladora; y me obligas a decirte que mi familia tuvo existencia antes que la tuya; y es más, que desciendes de ella.
AVIONETA: No te enfades, no fue mi intención molestarte. Comprende que todos los días veo aviones nuevos; tú me resultaste curioso, ¡qué ocasión para enterarme y luego poder hablar con conocimiento!
VELERO: Lo comprendo; no te preocupes, no soy susceptible y, además, estoy acostumbrado a perdonar humillaciones; por principio, sé que solamente pueden ser enemigos míos los que no me conocen.
AVIONETA: Cuánto lo celebro; así me das confianza para preguntarte. Explícame: tienes unas alas esbeltas y tu “talle” provoca envidia; pero, ¿para qué quieres “todo eso”? ¿Dónde escondes la energía para poder volar?
VELERO: Te contestaré despacio.
No creas que estas alas, este fuselaje y todo cuanto en mí veas, es presunción; yo lo necesito así, pues se me exige mucho en mi misión, y mi familia se funda en “todo eso”.
No puedes imaginarte las horas de estudio y trabajo que le costó a mi padre para traerme al mundo y, por fin, lo más importante de mí, estas alas, tomaron su perfil de Gottingen, y con ellos los sueños de mi padre fueron una realidad.
Por tu mirada me estoy dando cuenta que te extrañan “esas cosas” que sobresalen por el extradós e intradós de mis alas. No son deformidades. Son los frenos aerodinámicos, que mi piloto dejó fuera para que se evapore el agua que penetró en ellos durante el vuelo en nubes de esta tarde.
Estas superficies son para mí lo que el “bocado” para el caballo. Mejor aún, mi seguro de vida. En el vuelo en picado me garantizan una velocidad constante y no tengo por qué temer ni las deformaciones permanentes ni el límite de rotura.
En vuelo sin visibilidad, si me desboco, el piloto los acciona y no me queda más remedio que ser bueno. También en las tomas de tierra me acortan la carrera.
Estos frenos fueron estudiados para miembros de mi familia, siendo nosotros los primeros en utilizarlos. Los que yo llevo son una de las variedades de ellos y se deben al estudio del Instituto Alemán, para el Vuelo sin MOTOR, D.F.S.
AVIONETA: Disculpa que te interrumpa, pero mi curiosidad me consume. Escuchándote me estoy dando cuenta que no eres un bastardo, sino que, sin duda alguna, te debes a un ingeniero, a una casa constructora y, naturalmente, a un piloto probador. ¿Me podrás dar su nombre?
VELERO: ¡Qué más orgullo para mí!
Mi padre: Ingeniero HANS JACOBS. Mi madre: FOCKE WULF. Mi piloto probador: HANNA REISTCH. Como comprobarás, son nombres de sobra conocidos. ¡Ah! Olvidaba el mío: KRANICH III.
AVIONETA: Este encuentro me satisface. Ya tenía yo el presentimiento que esas “líneas” eran de un “pura sangre” y, así aclaradas mis dudas, pasemos a hablar de tu energía.
VELERO: Si te refieres a la mía propia, careciendo de motor, es la gravedad, y por lo tanto mi peso, que en movimiento, como te darás cuenta, es energía cinética.
Ahora bien, con esto sólo, mi vuelo se reduciría a bajar en planeo, pero no me conformo, quiero subir y subo, pero subo en planeo. Para conseguirlo, en mí existe una conjunción de excelentes condiciones aerodinámicas -buen coeficiente y velocidad de planeo, escasa velocidad de descenso, pequeñas resistencias al avance y gran maniobrabilidad- que me colocan en situación posible de aprovechar unas energías dinámicas de valor incalculable, sin que el hombre intervenga en su producción ni transformación; de ellos se encarga la naturaleza, llenando la atmósfera de extensas masas de aire ascendente.
Como la curiosidad te pone en carne viva, y para que no me interrumpas otra vez, te diré que las causas que intervienen para que esas masas de aire suban, tienen su origen en fenómenos meteorológicos de dinámica del viento, incidiendo sobre obstáculos orográficos, procesos termoconvectivos o la unión de ambos. Los nombres que utilizamos para diferenciar esas clases de ascendencias son:
a) Orográficas.
b) Térmicas: invisible, nubosa, de altura y frente tormentoso.
c) Ondulatorias, llamadas también Ondas de Montaña y con más propiedad Ondas Estacionarias.
AVIONETA: Te he comprendido muy bien, pero dime, esa energía o ascendencias serán muy difíciles de localizar y se producirán pocos días al año; por lo tanto, el provecho que puedas obtener de ellas será muy problemático y tu actividad se verá muy limitada.
VELERO: Nunca podrías haber dicho nada tan opuesto a la realidad. Todo eso está ya descubierto por mis pilotos. La práctica y los conocimientos de meteorología, base de su especialidad, han sido como la “hiel de pez en los ojos de Tóbias”. En fraternal unión, meteorólogos y aviadores sin motor han trabajado y trabajan para ello.
Este conocimiento queda demostrado por la gran actividad que mi familia desarrolla en todo el mundo, y como exponente de ella, hermanos míos han permanecido más de cincuenta horas seguidas en el aire y han sobrepasado los 14.000 metros de altura y los 700 kilómetros de distancia en línea recta (hoy día se ha pasado de los 1.500km). En viaje de 600 kilómetros se ha volado con una velocidad media de 150 km/h., en el Jet Stream; conocemos velocidades ascensionales de más de 20 metros por segundo, y para el último plato de este “menú” aeronáutico, te diré que en Alemania y Francia, por ejemplo, se vuelan de 85.000 a 90.000 horas anuales.
AVIONETA: De tu conversación se desprende que dispones de instrumentos de a bordo, y si no me engaña la vista, me parece distinguir su fosforescencia.
VELERO: Has acertado, y ¡que sería de mí sin ellos! Yo vuelo técnicamente, y “pecan” aquellos que opinan que vuelo como una cometa.
AVIONETA: Déjame darte un vistazo. Pero… ¡qué tablero más completo! Si vas equipado con anemómetro, variómetro, altímetro, indicador de virajes, horizonte artificial y ¡hasta reloj! Algunos los llevas dobles. Veo también equipos de oxígeno y radio. ¿Quieres explicarme el porqué de ese lujo?
VELERO: Ya te dije antes que no soy presuntuoso ni fatuo, así que el lujo me molesta. Por otra parte, odio el peso inútil tanto como lo puedan odiar las mujeres. Lo que no me sirve lo desprecio.
Desde el principio te darías cuenta de que tengo alerones, timón de altura, de dirección y mandos, como tú. Mis alas fueron calculadas partiendo de fórmulas y perfiles aerodinámicos; por lo tanto, en vuelo me veo sujeto a las mismas leyes físicas y aerodinámicas que tú.
Sin anemómetro no comprendo como podría volar con velocidades determinadas para cada caso. Tengo que subir y bajar y comprenderás la necesidad de los variómetros y altímetros; como la altura me la gano a pulso, las marcaciones de variómetro me son indispensables para descubrir y seleccionar las ascendencias.
En determinados momentos me es necesario volar dentro de las nubes en cerradas espirales, para aprovechar potentes velocidades ascensionales. Como tú sabes, no se ve y, además se me exige virar correctamente; por eso, aprovechándome de la ciencia de los hombres, utilizo el indicador de virajes y el horizonte artificial y estoy deseando que este último también sea eléctrico, pues hay muchas veces que las “toberas venturi” pasan mucho frío, se hielan y me quedo medio ciego.
Mis primeros hermanos no salían del Aeródromo ni volaban en nubes, pero ya hace tiempo que nos dedicamos a viajar y ver mundo, así que nos vimos obligados a utilizar la brújula.
Los equipos de oxígeno y radio no te extrañen. No me gustaría exponer a mis pilotos por falta de ese precioso gas; ellos gozan ganando altura en cúmulo-nimbus y en ondas estacionarias. También en sus vuelos tienen derecho a estar comunicados y recibir ayudas de navegación y meteorológicas
En mi último viaje, cuando estuve en Saint-Yan, unos hermanos míos llevaban radiocompás y a otro oí decir que estaba pensando en el VOR.
AVIONETA: La última pregunta, pues veo que amanece sin haber dormido. Dime, esos pilotos que te tripulan, ¿cómo son?
VELERO: Pues verás: De entrada no tienen nada de locos y son personas que le dan valor al tiempo. Su vocación es de “frailes”. Para ellos no existen horas, ni desprecio de aviones; vuelan en cualquier momento, lo mismo con motor que sin él, aun cuando me doy cuenta de que “gozan más con nosotros”.
Están totalmente convencidos de su misión, y para alcanzar el fin que persiguen no tienen en cuenta las adversidades; estudian, trabajan y vuelan; vuelan, trabajan y estudian.
Y puesto que hemos llegado a esta confianza, te voy a dar un consejo si quieres ser amigo de ellos; nunca, pero nunca, por nada del mundo, les digas que el Vuelo sin Motor sólo es un deporte -aún así sería suficiente-, pues han rodado por el mundo y son tan conocedores del valor de esta rama de la aviación, que con fundamentos muy firmes te hablarían de la formación de la conciencia aeronáutica de los pueblos, de planeadores de guerra, de vuelos de experiencias aerodinámicas, y al final sólo conseguirás que te den una nota baja en cultura aeronáutica.
Y ya que he mencionado la exploración meteorológica con planeadores, te diré que ente las últimas aportaciones del Vuelo sin Motor a la seguridad de la Aviación en general destaca el descubrimiento de que, en muchos de los accidentes ocurridos con mal tiempo en zonas montañosas e imputados a fallos del pilotaje, estos no fueron tales, sino causados por fallos del altímetro, debidos a las depresiones que se originan en las zonas de barlovento, dando lugar a errores de altímetro del orden de 500 metros.
Si algún día nos entrevistamos de nuevo, ya charlaremos sobre las actividades de mis hermanos mayores y menores y creo que no quedarás decepcionado.
Un saludo de alabeo dio fin a la conversación de estas dos máquinas voladoras, cada una de las cuales cumple con la honrosa misión que le fue encomendada, pero que si no hubiera sido por esa curiosidad y esa conversación no podían haber llegado al entendimiento.
* * *
Ya muy tarde, apuntando su salida el sol, me fui a la cama. No podía dormir. Dos alegrías llenaban mi espíritu; mi escucha no era indigna y mi velero se comportó como quien era: me había defendido en tierra, aunque sólo había sido calculado y construido para defenderme en el cielo.
Augusto Núñez Valletta