Ante la curiosa persistencia del anticiclón de las Azores de fijar su residencia en Estocolmo, la misión de recuperar nuestro nuevo remolcador no se presentaba fácil. Tras un primer intento fallido decidimos cambiar la fecha para el fin de semana del 5 de mayo. Y ahí que nos fuimos, Jesús Rojo y yo.
Ya de camino nos fuimos mentalizando de que muy probablemente seríamos testigos de las elecciones presidenciales francesas del domingo. El viernes por la tarde, nada más despegar desde Barajas con otras 200 personas en dirección a Paris nos dimos cuenta de que la cosa no iba a ser fácil. Nada más pasar Somosierra dejamos de ver el suelo. No lo volveríamos a ver hasta que el avión se posicionase en final para no se que pista del CDG en Paris.
Visto que estábamos en París, a pesar de que eran las las 23h y medio llovía, no podíamos perdernos un pequeño «promenade» por una ciudad que como todo el mundo sabe, vale, por lo menos, por lo menos, hasta una misa. Así que por aquello de pretender ver todo a la vez no se nos ocurrió mejor idea que subirnos a la torre Eiffel. Luego paseito hasta la Concordia y taxi de vuelta al hotel, que ya eran las 2 y media de la mañana y tocaba recogerse. Lo último que podíamos esperar a tales horas era un atasco del copón en plenos Campos Eliseos. La globalización imaginamos, comen a midi y siguen cenando a las 19.30, pero copas beben como todos.
A primera hora de la mañana siguiente ya estábamos en un tren con rumbo sur. Tras un transbordo, a las 11 ya nos esperaban en la estación para llevarnos a ver el avión e inmediatamente después al notario con quien teníamos cita a las 12 (de un sábado). Ya empezábamos a ir con la lengua fuera.
A todo esto hay que decir que estamos en Romorantin, aproximadamente a unos 130km al sur de Paris, pelín más abajo de Orleans y a unos 80km al este de Tours, en mitad de la Francia vaya. El campo es una cosa impresionantemente grande e impresionantemente verde. Por el norte es la sede del vuelo a vela francés militar (ahí es ná) y por el sur la de un club civil con sección de vela y de motor. El entonces ya nuestro avión había pasado aquí sus últimos 16 años pero asignado a la sección de motor con lo cual apenas ha remolcado en algún momento de necesidad de refuerzos en algún campeonato.
Romorantin, un campo de verdad. Dos pistas impresionantes (la militar y la civil) y una zona de acampada apta para niños y familia.
El necesario protocolo con el notario. En el centro monsieur BENINCA, presidente del Aeroclub.
Serían aproximadamente las 13.30 cuando sacamos el avión para hacerle unos vuelos de prueba con el mecánico. Primero yo y luego Jesús. Mientras volaba Jesús ye me dijeron que contra todo pronóstico parecía que había una ventana de buen tiempo que nos permitiría cuando menos acercarnos a la frontera, …pero que había que correr. Por el momento, la vista desde ahí era un cielo cargado de cúmulos que ya se soldaban dando más de una cortina de agua y con un techo no mayor de los 1.000 metros. Esperanzador no parecía.
A todo esto hay que decir que Jesús se había traído unas cartas preciosas. Todo estudiado, tiempos, consumos, rumbos. Varias alternativas estudiadas y perfectamente dibujadas: por Perpignan, por Andorra, por Pau. Por todas partes menos por la costa oeste, porque claro, todos sabemos que con circulación de oeste y con un territorio que no levanta más que un pino, las nubes se cuelan hasta Toulouse. Bueno, …pues no, a la ventana («fenêtre») le dio por abrirse siguiendo la linea de costa atlántica. Jesús, que ni siquiera se había molestado en venirse con esa carta, tuvo que pedirla prestada y estudiarla mientras repostábamos el avión, sujetábamos como podíamos la otra hélice y las maletas y rodábamos hacia la cabecera. Lo que estaba claro después de un rápido vistazo al mapa es que yendo hacia abajo y un poquito a la derecha, tarde o temprano nos toparíamos con la costa ¡tanto drama, tanto drama…!
He de reconocer que ir con un piloto comercial que se encarga de la radio y de vigilarle a uno se va muy tranquilo. Además lleva una carta y un avión lleno de relojitos que maneja como yo el iphone. Así que yo no podía ir más tranquilo viendo que además se iba cumpliendo lo que había comprobado un momento antes de salir: «hacia abajo y poquito a la derecha».
El vuelo bonito y bajito. Esquivando «churrasquillos» que realmente en ningún momento nos obligaron a cambiar demasiado de ruta. Todo el rato entre 2.500 y 3.000 pies. Casi siempre secos, pero pudiendo comprobar también en más de un momento la estanqueidad de la cabina.
Mil fotos podría haber como estas, las tormentillas más o menos dispersas nos permitían avanzar sin mayores problemas. La Francia está bien pero es bastante parecida toda ella.
Curioso mar de antenas. Altísimas ellas, la central más alta que nosotros. Algún tipo de instalación militar que el google maps dibuja a baja resolución. A saber que ocultan y para que sirven.
Un «chateau» sin mayor misterio. Así da gusto ser francés.
El Garona a pocos kilómetros de su desembocadura. Hacia un lado…
…Y hacia el otro. Ha crecido desde que lo vimos en Vielha hace menos de una semana…
Jesús lo tendrá más claro, yo solo puedo decir que creo que pasamos cerca de Chatearoux, Poitiers y Limoges antes de virar hacia el oeste para ir a buscar la costa a partir de Burdeos (Bordeaux le llaman aquí, donde el vino). Por linea de costa la meteo era buena y el paisaje ya conocido aunque el controlador se lió un poco con nuestras intenciones. Bosque y playa, …como 200km todos iguales ahora ya con rumbo sur directo a Biarritz donde pretendíamos repostar. Como nos sentíamos observados no nos atrevimos a bajar de 1.000 pies como en otras ocasiones, …también así es bonito.
Tipico paisaje de las Landas. Al fondo se distingue ya la línea de costa.
Más Landas. Casi 200km de playa. Estábamos muy observados por los controladores así que no nos atrevimos a bajar de los 1.000 pies.
Biarritz. Esperando a que nos vengan a repostar.
La nuestra es la de atrás (por si acaso)
Esta vez con plan de vuelo y convenientemente repostados, listos para seguir viaje. La meteo «medioaguantaba». No podremos pasar por San Sebastian como inicialmente habíamos imaginado, pero por el Pirineo se adivinaban agujeros. Por primera vez empezamos a abrigar la posibilidad de poder llegar a casa.
Aterrizando ya en Biarritz veíamos que el paso por San Sebastian se estaba poniendo muy negro, pero que sin embargo, por Itxassou, Saint Jean de Pie de Port y Ochagavia pintaba todavía razonablemente bien. Si nos dábamos prisa todo parecía indicar que contra todo pronóstico podríamos llegar a Zaragoza. Tuvimos tiempo justo para repostar, llamar a Angel para que a su vez avisase al mecánico para que nos abriese el hangar en Zaragoza y abrir un plan de vuelo (obligatorio por aquello de la frontera).
La última parte del vuelo también sin problemas pero también con un poquito de agua. Aterrizábamos en Zaragoza justo 26 horas después de haber despegado de Madrid y sin haber comido nada aparte de un desayuno de hotel a las 7 de la mañana. Hasta ese momento ni siquiera habíamos tenido tiempo para acordarnos del hambre que teníamos, pero había merecido la pena.
Zárágózá, …igual que París, con churrasquillos por doquier
Al fondo un par de aviones de TopFly que parece han medio sobrevivido a la quiebra y andan buscando dueño. A la izquierda, aunque no se ve está la LDT esperando la reparación de la bancada para poder ponerla a la venta.
Los problemas aparecieron por parte de AENA (para variar). Al parecer el aeropuerto está cerrado mediante Notam para la aviación general no basada en el aeropuerto. Motivo: obras de ampliación de la plataforma para darle más superficie y más resistencia ante el volumen que soporta. A pesar de que el mecánico se había encargado de indicar al señalero que nos llevase directamente al hangar, enseguida hubo que responder a alguna pregunta: ¿que hacéis aquí? ¿cuando os vais? No consigo entender porque razón no saltó el tal notam en el momento de hacer el plan de vuelo en Biarritz (cosas de AENA que además de todo es cara, 43 euros por el servicio, frente a los 6 de Biarritz).
Tras algo menos de cuatro horas de vuelo estábamos casi en Zaragoza. Por el momento dejamos aquí el avión para que le cambien la hélice, le pongan el espejo, cambien el aceite y le solucionen algún pequeño problema localizado durante el vuelo. Antes de una semana estará en Huesca para iniciar su nueva vida.
Al día siguiente y por otras razones, París aparecía en todos los telediarios. Parecía muy mojado.