Estamos en abril de 2008, en una de las salidas que hemos hecho con socios y material del club a Bagneres de Luchon (Pirineos centrales franceses). El lugar es casi idílico, un bonito valle de montaña, turístico como todos, pero que dadas las fechas (entre medio de las temporadas de nieve y de verano) aparece sorprendentemente tranquilo. Dentro del núcleo urbano del pueblo un aeródromo al que llegamos en un paseo de diez minutos desde el hotel, perfecto para pasar un fin de semana de vacaciones sin alejarnos demasiado de casa.
En Luchon no se madruga demasiado, entre 10.30 y 11 los socios y los visitantes ocasionales comienzan a llegar a las instalaciones. Somos ya viejos amigos, no es la primera vez que coincidimos y tampoco es la primera vez que venimos aquí. Nos reciben dos Noël, Noël Monteil, presidente del aeroclub y Noël Bravo, nuestro “partenaire” habitual en nuestros desplazamientos por la vertiente norte. A las obligadas presentaciones le siguen charlas, un poco de teoría para que los nuevos conozcan la muy especial aerología del valle y algún café en el local social del club. Poco después, mientras contemplamos que la pista de vuelo está ocupada por varios cientos de ovejas, comenzamos a preparar el material. Ahora el tiempo lo marca la manga de viento que a estas horas, cuelga inmóvil de su mástil. Somos conscientes de que aquí el motor es el viento, sin él la ladera no funcionará y los vuelos –se despega a torno- dificilmente superarían los cinco minutos de duración. Sin embargo los locales parecen tranquilos, “restéz tranquils, …la brise arrivera a midi ou midi et demie”.
Y efectivamente, los locales ya saben que es siempre igual, pero a los visitantes no deja de sorprendernos la exactitud de la predicción. Poco después del mediodia la manga de viento empieza a mostrar los primeros síntomas, es la brisa de montaña la que llega. Enseguida, mientras llevamos los aviones a una cabecera y el torno a la cabecera opuesta, el perro pastor retira a las ovejas. En menos de quince minutos iniciamos los primeros despegues. Comienza el circo.
Aquí está todo escrito, con brisa o viento de norte (el predominante en la zona) la salida es siempre la misma: nos soltamos del torno con unos 400m de altura. Inmediatamente viramos 180 grados y nos dirigimos hacia la ladera de Superbagneres donde llegamos con algo menos de 300m. A partir de ahí es solo cuestión de paciencia, ochos y más ochos ganando altura poco a poco hasta conseguir remontar toda la ladera. El vuelo es bonito, empieza en la vertical del pueblo y aunque los primeros virajes son los más delicados, enseguida le empezamos a sentir el pulso a la ladera. A los pocos vuelos enseguida empezamos a reconocer cosas que nos permiten tomar nuestras propias referencias sobre la ladera: la curva del camino, la numeración de los postes del telecabina, el tronco de un arbol seco que destaca sobre los demás…
Como en todo aeródromo de montaña aquí también se habla de escalones y el primero, esta ladera, aunque es ciertamente delicado también es el más estudiado. Los primeros virajes son comprometidos y nos recuerdan aquello de que el 60% del vuelo de montaña consiste en saber dominar el stress que supone tener que volar a pocos metros de las laderas. Aunque el aeródromo lo tenemos a aproximadamente un kilómetro de distancia, la realidad es que entre nosotros y la pista no hay otra cosa que el nucleo urbano del pueblo y la realidad es que eso, cuando tienes poco más de 300m de altura, impresiona. Pero apenas con una ligera brisa, esa ladera funciona siempre, si o si, y es solo cuestión de tiempo el conseguir llegar hasta la altura de las edificaciones de la estación de esquí que se encuentran a unos 1.100m por encima del aeródromo.
Lo que sigue empezó como un vuelo como otros muchos de los que ya hemos realizado el Luchon: El vuelo lo íbamos a hacer Daniel y yo, era sábado, 28 de abril de 2008, el penúltimo día de vuelo de aquel stage. Despegamos mediante torno, remontamos la ladera de Superbagneres, nos comimos el sotavento del Portillón de camino a la ladera del segundo escalón y después del vuelo por la línea de la frontera que nos separa del valle de Benasque aterrizaríamos de nuevo en Luchon, …lo “habitual”.
Pero durante la cena del día anterior habíamos comentado de la posibilidad de volver a Huesca en vuelo. Noël nos indicaba como mejor opción cruzar por la vertical del tunel de Bielsa, pero realmente no pasó de ser una tertulia de sobremesa y de hecho, la realidad es que no despegamos preparados para ello. Nuestro único equipaje era la llave de la habitación del pequeño hotel en el que nos alojamos en el valle, el teléfono y la cartera.
El vuelo iba según lo previsto, tras coronar Superbagneres cruzamos el valle en dirección este, atravesamos el sotavento de la carretera que sube al Portillón y sobre la divisoria que nos separa del valle de Aran ganamos doscientos o trescientos metros más. Con eso, sobrevolando el Hospice de France e incrementando la altura según aumenta la elevación del terreno nos dirigimos al sur, hacia las crestas que marcan la linea fronteriza que nos separa del valle de Benasque.
El dia era bueno, la brisa que funcionaba en la ladera de la salida también parecía hacerlo en las laderas cubiertas de nieve. En algún momento conseguimos ascender hasta la base de los cúmulos que se formaban sobre las cumbres más altas. El techo no era excesivo, no más de 2.400m, pero suficientes para permitirnos mirar por encima de algún collado y comprobar que efectivamente los mapas tenían razón, el valle de Benasque continuaba estando del otro lado. De un lado alcánzabamos a ver Castejón de Sos, del otro, a no más de 7km veíamos Luchon. En ese momento a los dos nos vino a la cabeza la conversación del día anterior: -¿Nos vamos?
Aunque es evidente que cualquiera de nosotros, despegando desde Santa Cilia o desde la Cerdanya, pasamos con cierta regularidad por el valle de Benasque con unos 3.000m y que con esa altura, llegar a Luchon no sería más que un pronunciado descenso de más de 2.500m en unos 15km. El hecho es que la complejidad “logística” que ocasionaría el aterrizar ahí hace que ni siquiera se nos pase por la cabeza.
Cara norte del macizo del Aneto desde el Valle de Luchon a unos 2.500m. Después de la primera cresta se encuentran los llanos del Hospital
Pero aquel día la situación era diferente, en aquel momento teníamos dos casas (tres si contásemos Santa Cilia) con lo que –salvo desastre- aterrizaríamos en algún sitio perfectamente conocido. Además, al día siguiente volvíamos a Huesca de cualquier modo. En esa situación, lo hablado en la cena del día anterior parecía cobrar sentido. -¿Nos vamos?
En aquel momento no tomamos la decisión, pero si que decidimos avanzar hacia el oeste, -por si acaso-, primero por acercarnos a la “puerta” que nos había indicado Noël, y segundo por buscar algo más de altura. –Vamos hacia ahí y luego ya veremos.
El camino hacia el oeste es bonito, el pirineo estaba cargadísimo de nieve y a nosotros el “gusano” ya nos había mordido. En cada collado que pasábamos y distinguíamos los valles de la vertiente sur nos preguntábamos lo mismo: -¿Nos vamos?
Unos pocos kilómetros al sur del Lac d’O conseguimos llegar a los 3.000 metros de altura. A pesar de ello, como no habíamos llegado todavía al objetivo marcado por Noël (el valle de Saint Lary) decidimos seguir avanzando. Ahora sin embargo cuanto más avanzamos más bajamos. –Bah! Por aquí mismo, ¡de momento cruzamos y luego ya se verá! -y sin saber exactamente por donde lo estábamos haciendo, giramos 90 grados a nuestra izquierda y en pocos segundos atravesamos la frontera. Teníamos unos 2.700 metros y solo después, tirando de seeyou, pudimos comprobar que habíamos pasamos por la cara oeste del pico Bachimala. Probablemente ninguno de los dos nos reconocimos las caras al vernos desde el otro lado.
Pocos segundos después identificamos el Possets, delante nuestro y a nuestra izquierda. Estábamos en la parte alta del valle de Chistau (Gistaín): en casa, creíamos.
La decisión ya no tenía vuelta atrás, perdíamos altura y ya no teníamos altura para volver a pasar por el mismo collado de vuelta a Francia, además la decisión era firme. Por otra parte yo estaba relativamente tranquilo: -Si Francia funcionaba, nuestro coté tirará también, que para eso es el lado bueno, …al menos eso dice la teoría que nos hemos hartado de oir durante años-. Visto lo visto decidimos que era momento de comunicar las intenciones. Cambiamos a la frecuencia correlativa francesa y enseguida nos contestó un buen amigo: Robert Prat que volaba en su DG500 desde Saint Gaudens, le comunicamos donde estábamos y le pedimos que lo comunicase a Luchon. Un problema menos.
Pero no todo estaba resuelto, ni mucho menos. Primero que la altura no era tan boyante y aunque estuviésemos de nuestro lado la verdad es que no conseguíamos subir, estábamos en en la cabecera del valle de Chistau, con viento norte (aunque débil) y sobre todo, …nieve, nieve por todas partes.
En una situación absolutamente laminar avanzamos hacia el sur: -¡A punta Suelza, a punta Suelza, que siempre tira!-, …pero nada, una balsa de aceite, ni los mosquitos notaban las turbulencias. -no pasa ná, ¡…a las Sucas! …nada, lo mismo -¿a que al final la liamos?. Aunque todavía teníamos altura, es la calma absoluta de la atmósfera la que me hace pensar que aquello no iba a terminar como esperábamos y empiezo a pensare en que aterrizar en Ainsa podía entrar dentro de lo posible: -al final haremos la risa, …caeremos en el puto medio y solo tenemos las llaves de un hotel en Luchon, un teléfono y una Visa.
Finalmente lo entendí: Había norte, nieve por todas partes, y ni una nube ¿que pretendía recorriendo las Sucas como cuando lo hacemos en verano? ….que pardillo, ¡hasta los sarrios se nos reían!. Pero afortunadamente los buitres existen y cerca de Fanlo distinguimos unos bandada de ellos virando. -A por ellos.
Y como siempre, en poco más de cinco minutos pasamos de la relativa miseria a ser los reyes del futbolín. Vamos, que antes de darnos cuenta pasamos de los 2.200 a los 3.300. Inmediatamente, aprovechando la altura conseguida hablamos con Robert, le dijimos que estábamos en local de Huesca y le dimos las gracias. Por detrás oímos que contactaba con Noël y escuchamos que se quedaba tranquilo, él parece que no nos oía a nosotros, probablemente estaría a punto de aterrizar en Luchon: tan cerca y tan lejos.
En ese momento respiramos, estamos en local de Monflorite y ni tan siquiera terminamos de explotar aquel ascensor. Ahora el problema es otro: -¿Y ahora qué? …a Monflorite llegaremos, pero tenemos que volver a Luchon para cenar, a Daniel le espera su familia (empezaban a pitarle los oídos por haberles abandonado ahí sin avisar) y entre otras cosas hay que ayudar a desmontar el circo y devolver a Huesca el remolque del avión. A ver a quien engañamos ahora para que nos deje un coche-. Ahora el problema no son los metros de altura, …sino el reloj. Aunque poco podíamos hacer el resto del vuelo no tuvo más misterio que darle vueltas a la cabeza para resolver el problema que se nos presentaría nada más aterrizar.
Siguiendo un prolongado descenso desde Boltaña, al atravesar la sierra de Guara sintonizamos la frecuencia de Monflorite. Enseguida nos respondió Ricardo desde el avión remolcador. Recuerdo que nos felicitaba por el vuelo, pero sobre todo recuerdo sentir alivio al confirmar que no estaríamos solos al aterrizar.
Finalmente aterrizamos por la 30R. Justo cuando pasamos a la altura de la cabecera y vimos a un grupo de socios, tan sorprendidos por vernos aparecer como correctamente uniformados con sus chalecos nos vino a la cabeza un problema más: no tenemos chalecos (ni en Luchon ni en ningún otro aeródromo que conocemos se exigen) -¡todavía nos multarán, ya verás!. Y otra más, -¡tampoco tenemos rueda de cola para mover el avión …hay que intentar acercarlo lo más posible-.
Rápidamente guardamos el avión, el viento en cara nos permitió pararlo en las mismas puertas del hangar. Eran aproximadamente las cinco de la tarde, teníamos que volver a Luchon y no sabíamos cómo. Ahora empezaba la otra parte de la aventura.
Finalmente fue David el que nos dejaba su furgoneta, pero todavía había un problema más: Cuando hablamos con él estaba volando en parapente sobre Riglos, el tenía las llaves con él, pero la furgoneta estaba aparcada en su casa de Huesca. Ante esta situación fue a Ricardo al que le tocó llevarnos hasta Loarre, quedar con David que acababa de aterrizar para darnos las llaves y devolvernos a Huesca. Sin perder un minuto salimos hacia Luchon.
El viaje recuerdo que lo hicimos en una nube, creo que nunca he volado tantos kilómetros tan cerca del suelo. Estábamos contentos y se nos hizo corto. Llegamos a tiempo para tomar un par de pizzas frias y unos cafés. El resto de socios que siguieron volando el resto del día en Luchon intentaron castigarnos diciéndo que habían cenado en el mejor restaurante del valle, pero la verdad es que no recuerdo que consiguiesen darnos envidia.
Al día siguiente volamos poco, la meteo no nos entusiasmaba, teníamos un avión menos y además teníamos otra travesia por delante (la tercera en menos de 24 horas), así que después de algún vuelo corto desmontamos todo y nos volvimos con dos remolques, con un avión menos y un coche más.
El vuelo en si …sin mérito, menos de 100 kilómetros. Además tuve errores ¿que hacía buscando acercarme a las laderas en aquellas condiciones? Si no hubiésemos visto a los buitres de Fanlo nos hubiésemos quedado a mitad de camino con la llave de un hotelito en Luchon como todo equipaje. El principal error fue no haber “reseteado el cerebro” nada más haber atravesado la frontera, es decir, haber olvidado que aerológidcamente hablando las dos vertienters del Pirineo siempre serán distintas. Fue un error empecinarme en intentar encontrar el mismo tipo de ascendencia en ambos lados, además, de haber seguido hacia el sur sin perder tiempo viendo la nieve también hubiésemos llegado hasta Huesca.
Aquello no fue un vuelo como todos, el despegar de un aeródromo y volar hacia otro de manera consciente le da un cierto sentido de “viaje” y más si contamos con que habíamos atravesado una frontera. Realmente fue una aventura, humilde si, pero una aventura, tanto por la ida como por la vuelta. La primera se la debemos a Noël, por descubrinos una vez más nuestro Pirineo en sus dos vertientes, la segunda a David, porque sin esa furgoneta no se como hubiésemos hecho.
El baño de realidad, lo que realmente nos bajaba los humos después de haber terminado la historia sin ningún problema nos viene cuando recordamos el vuelo de Luis Vicente Juez en el año 58: Monflorite-Tarbes (el sentido difícil) y en un Weihe, (nosotros íbamos en un DG1000). En lo único que ganamos a nuestro Luis Vicente es que a él le buscaron en una buena térmica y le dejaron con altura en Puibolea, …nosotros despegamos a torno y empezamos a virar a 250m sobre Luchon. En cualquier caso, al final todo esto no es más que una prueba más de la que física no siempre sigue unas normas fijas, al menos cuando la aplicamos al vuelo a vela: eso de que la energía ni se crea ni se destruye no es del todo cierto, a veces, solo a veces, la energía también se regala.