Intento de una prueba de distancia
Lo que sigue es el relato de un vuelo en velero que hizo el piloto chileno Alejo Williamson en Monflorite (España) en 1952. Alejo Williamson es el único piloto sudamericano que tiene la medalla Lilienthal al vuelo a vela de la Federación Aeronáutica Internacional (1968), y tiene en su haber vuelos como la travesía de los Andes en un Blanik. Con ocasión de una visita a Chile en 1997 tuve ocasión de conocerle. He aquí la historia que contó:
Fui a la Escuela de vuelo sin motor de Monflorite en 1952 para aprender a volar a vela, becado por el Ejército del Aire Chileno. Hasta entonces sólo había volado en planeadores básicos, tirados por cuerdas y hombres. Allí aprendí a volar con pilotos como Luis Vicente Juez y Julián Sevillano. Un día había salido a volar todo el mundo menos yo y sentí que se podía intentar un vuelo de distancia. Insistí al jefe de la escuela hasta que le convencí para que me dejara salir a volar. Accedió con una condición: no podía irme, tenía que aterrizar de nuevo en Monflorite. Convine en ello y unos soldados me ayudaron a sacar un Kranich IIB, con las puntas de los planos hacia abajo.
Despegué y estuve volando con una docena de veleros en la ladera, pero no había gran cosa. Poco a poco los demás fueron cayendo, pero aguanté todo lo que pude hasta que estando a 80 m de altura encontré una ascendencia que resultó ser una onda y fui subiedo hasta los 2000 m. Pensé que era mi ocasión, con esa altura el planeo me daba para conseguir la distancia para el C de plata (50 km). Pero había prometido volver a aterrizar en Monflorite. Dividido entre estas opciones, se empezó a formar una nube de rotor y tomé mi decisión. Me escondería en la nube para no llamar la atención y después me iría. Así lo hice y comencé a planear con las referencias que me habían dado para hacer los 50 km: pasar hacia el este dos ríos y buscar una industria con una chimenea alta. Pasé los dos ríos, vi la chimenea y me lancé a aterrizar. Pero cuando llegué cerca descubrí que no era una industria sino una iglesia. Perdido como estaba y con poca altura divisé a unos 8 km una nueva chimenea que podía ser la que buscaba y me lancé con la poca altura que me quedaba. No recuerdo si llegué o no, pero sí que finalmente tuve que aterrizar e inmediatamente se presentó una pareja de la Guardia Civil.
Tuve que contar que era chileno, que estaba en la escuela de Monflorite y todo mi currículum. Hechas las correspondientes averiguaciones por fín vinieron a buscarme. Me felicitaron por el vuelo, me reprendieron fuertemente por no aterrizar en Monflorite, y me reprendieron más aún por no haber llegado a los 50 km: me había quedado corto. Como castigo, me tenía que quedar toda la noche guardando el avión. Me dejaron en la compañía de uno de los guardias civiles, dos litros de vino y dos bocadillos de chorizo.
Situé al guardia civil en la cabina de atrás y yo me quedé en la delantera. Como tenía al parecer bastante hambre se comió su bocadillo y le dí también el mío, comida que acompañó de todo el vino que nos había dejado. Ya de noche y bastante borracho el hombre dijo que le estaban molestando los mosquitos, por lo que decidió descargar su ametralladora por la ventanilla, lo que me produjo un susto de muerte. Hecho esto se quedó más tranquilo y finalmente se durmió. Yo no conseguí pegar ojo en toda la noche entre el hambre y el miedo. Finalmente, vinieron a buscarnos al día siguiente.
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Juan Pablo Alonso